sábado, 20 de noviembre de 2010

De cómo convertir un servicio en negocio


La humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo de vida, basado en el aumento imparable del crecimiento de la producción y el consumo. Pero nos negamos a asumirlo, esta realidad ha colonizado nuestro imaginario mental y utópico. De hecho, los planes de recuperación de las crisis se asientan constantemente en grandes obras e infraestructuras de transporte, que deterioran aún más la situación. Se ha convertido en parte del pensamiento único el imperativo del aumento del crecimiento, de la productividad y competitividad, del poder de compra y, en consecuencia, del consumo. Hablar de decrecimiento en este contexto es blasfemia.

Hoy los valores más exaltados son la competitividad, la agresividad de la persona luchadora, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, la complacencia del consumidor irresponsable… Acaso sea necesaria una descentración cognitiva que reevalúe y deconstruya estos planteamientos. Para ello, se hace imprescindible y crucial repensar la educación, pues es a través de ella cómo han sido colonizados razón, pensamiento e imaginación.  Para intentar salir del imaginario dominante, hace falta antes analizar la manera en que hemos entrado en éste a través del modelo educativo que nos han construido.

Uno de los discursos recurrentes ha sido el de la necesidad de reformas educativas encaminadas a mejorar la productividad y la competitividad nacionales. La aparición simultánea de reformas educativas similares en distintos países, que siguen las directrices del FMI y el Banco Mundial, son un fenómeno global coherente con el modelo neoliberal como telón de fondo, que ya no se limitan al recorte en la asignación de recursos o a su privatización, sino que afectan a los núcleos del ideario educativo y a las propias políticas pedagógicas.

Como afirmaba Elisabeth Eddy en su estudio “Iniciación a la Burocracia”, en el que hablaba de la limitada autonomía de los maestros y sus reglas de socialización burocrática y de la institución en el aula, el papel evaluador de los supervisores e inspectores, y los símbolos del éxito escolar. Casos en que el maestro no deja de ser  objeto de observación por parte de más altas instancias. Subiré algo sobre el tema. Puede que hoy.

Este sistema ha provocado una sorprendente inversión ideológica de valores; en términos de agenda educativa resultaría que el papel de la educación como valor público, dirigido a formar una ciudadanía participativa, solidaria y abierta, pierde peso bajo la presión  de los valores de la economía; modelando una ciudadanía más individualista y consumista, cortada por ese otro patrón. Todos estos síntomas no son colaterales en lo educativo, sino estructurales.

Ese argumento de la inadecuación del sistema educativo al productivo y de la necesidad de superar tal desfase poniendo a la Empresa al mando, ha sido un machaque constante. El “no forma para la vida real” es un estribillo que se oye y que reduce utilidad y vida real al mercado laboral, como si los seres humanos se definieran sólo como trabajadores. En lugar de ciudadanos con valores, saberes y capacidades, pasa a subordinarse a la creación de recursos humanos con competencias flexibles adecuados al sistema productivo. A este respecto deberíamos preguntarnos por y para qué los conocimientos, las destrezas y las actitudes. La educación humanista tenía como meta la emancipación intelectual, de personas completas para las que trabajo y vida no eran sinónimos. Este ideal se ha roto, porque el fin de la educación para la consecución de una sociedad justa, equitativa y saludable, ha devenido en su adaptación para ser útil ante “los cambios”. (recomiendo antes de que se me olvide el libro de antonio baños boncompain –por cierto guionista de buenafuente-  “La economía no existe”)

Y así se van integrando los sistemas escolares dentro de proyectos industriales, recursos para obtener capital humano. Flexible y polivalente, todas esas cosas que nos han enseñado a decir para una entrevista de trabajo. Por eso quizás cada vez se exige menos conocimientos filosóficos, menos cultura y arte, menos humanidades, más saberes y competencias instrumentales. De ahí que se proponga desarrollar una educación fundamental de base para todos y, al mismo tiempo, organizar la enseñanza secundaria y superior más especializada e instrumental en relación con las exigencias del mercado. La transición de la cualificación profesional a empleabilidad y de los saberes a competencias, marca el final del modelo de reglamentación salarial y social, negociado colectivamente. Deja vía libre a una desregulación total, en la que cada trabajador se halla solo, provisto de sus competencias.

Esto es un riesgo para la educación, convertida en producto de consumo, una inversión de futuro. Un bien preciado que confiere ventaja competitiva en la lucha por el ascenso social. Cuantos más certificados se acumulen, y mayor costo económico conlleven (mejor un centro privado, mejor un master caro) conferirán una situación más ventajosa en la carrera por la obtención del futuro puesto de trabajo.

Suele ocurrir que el valor mercantil de las investigaciones prevalece sobre el objeto de estudio. Rectores cuyo papel es más el de mercaderes que recaudan fondos, e investigadores que sueñan con publicar en revistas de renombre. Planes a la bolognesa, en que la investigación deriva hacia una apropiación privada de recursos públicos, vía subvención o vía spin off (traslado de lo público a lo privado).

Es la mcdonalización de la educación, que lo llama Gentili, con sus cuatro principios: eficacia, cálculo, previsibilidad y control. Mercancía rápida. No quiere esto decir que educación y trabajo no tengan que estar ligados, pero las metas de la primera no deberían establecerse sólo  en función del segundo. Para crear una nueva cultura en que el individuo sea feliz viviendo más austeramente sin sentirse fracasada, los valores socioculturales no pueden ser los que hay. No se trata de promover cambios sino de practicarlos en la vida cotidiana. Creo que el cambio debe producirse desde una reterritorialización de la educación,  espacio desde donde concebir y construir el mundo. Desde modelos que combinen formas de democracia representativa con democracia participativa. De lo micro hacia lo macro, con curricula que revelen los mecanismos los auténticos mecanismos económicos, sociales, políticos e ideológicos del poder. Una filosofía de la simplicidad, dice Enrique Díez. Desde usar la bici hasta prescindir de llevar el último grito en complementos. Reencontrar el sentido del justo valor de las cosas (que no es lo mismo que precio justo de las ídem), y reconstruir un currículum intercultural e inclusivo desde puntos de vista olvidados. Porque la cultura escolar dista de ser un resumen representativo de la sociedad de la que surge. Realidades como la vejez, lo rural, la pobreza, la minoría cultural, y un sinfín de otras que se obvian o que no se valoran en todas sus dimensiones (que son tres, aunque como todo el mundo sepa, gracias a Astérix, que el mundo es plano y tiene forma de pizza). Esto ayudaría a una comprensión holística del mundo, en el contexto de una sociedad multicultural, mestiza y diversa. A este respecto los antropólogos urbanos han dicho mucho bueno (Appadurai, García Canclini, Marc Augé, Manuel Delgado, Cucó i Giner…).

Urge otra concepción de la educación formal e informal, más crítica. Más moral y política y menos técnica.

En el centenario de la Revolución mexicana. Marta Guirado



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